sábado, 16 de marzo de 2013

El amante de la librerías. Segunda parte

De camino a casa visito aún algunos rincones sibaritas pero también frikis, muy frikis.

Me acerco hasta Alita Comics. Tienda que descansa en La Cascarilla (Coruña). Pero no hablo de la de la Ronda de Nelle, que esa me cuadra a desmano, sino su hermana menor del Orzán.
Esta tienda se encuentra en la zona que ahora los pijos le llaman El Soho coruñes, O Soho para algunos, la zona del Rus para otros, en fin, una tranquila y fresca telaraña de calles que casi a fuerza y con el paso de los años se han vuelto semi-peatonales.
Y por ser así descansadas, me gusta pasear por ellas, y llegar hasta la Alita.

 La Alita del Orzán

Menudo flipe de tienda, con muchísimo material friki, para el que quiera o sepa degustarlo. Me infiltro por la puerta, entre dos vitrinas. Una con figuritas de Songoku, del Mestre Mutenrroi, y la otra con el cohete de Tintín, y con algún Milú en posición de ladrar a algún mafioso o ganster de sus historias. Tiene un pasillo central muy gustoso, con grandes obras de ayer y de hoy, puro comic de autor-europeo-y underground. Más allá el mundo Nipón, me asusta, no me atrevo a probar sus mieles, el manga todavía me supera.

Salgo por la puerta y me he comprado un abridor de birras. Pero no un abridor cualquiera, es uno de esos elementos de decoración frikimalista, un utensilio que es a la vez un imán para la nevera, un PAC-MAN (ñicu-ñicu que le llamo yo) de tomo y lomo, para comerse chapas de birra por doquier. Me encantan esos pequeños objetos fetiche que luego uno enseña como si fuesen las cosas más valiosas del mundo, jojojo, que locura (friki-locura).

No he acabado, que no me voy pa Riazor, ni de vuelta a la Plaza de Pontevedra. Antes me dirigo a Nostromo, en la Rúa Nova, una tienda de regalo y buen gusto que tiene gran surtido de juegos de mesa clásicos, tipos ajedrez, backgammon, mah-jong, etc. Pero no son para nada baratijas. Se trata de auténticas obras curtidas bajo la mano de algún buen ebanista. 

 La tienda Nostromo en la Rúa Nova.

Entro porque quiero ver una vez más ese backgammon de palo rojo al que, ya desde hace demasiado, le tengo echado el ojo. Se me dispara del presupuesto de la mañana, pero sin embargo es precioso, una pieza única, y no excesivamente caro. Algún día lo compraré.

 Una partidita de Backgammon, sivuple.

Luego para hacer un poco el paripé, un poco para aprender, y un poco porque me encantan esos objetos, le pregunto al dueño por aquel Mah-Jong, por este Agon, por aquel Rumbikub.
Fuera allí donde aquella primavera viajara con la mente sobre las aldeas de Nueva Zelanda, y comprara La Cathedral.

Porque habeis de saber que en estas librerías, que libro es todo aquel objeto fuente de enseñanza, contador de historias, entretenimiento y lectura, los juegos también son seres como los libros. Pues bien, habeis de saber que en estas librerías, por lo general, se suele viajar bastante bien, y en primera clase. Siempre de cicerone hará algún ávido librero.

Esta vez salgo de Nostromo y me despido hasta otro día, del libreo, y tambíen del Backgammon de palo rojo. 

Ya voy de regreso a casa. Y aun a expensas de llegar tarde, me detengo en el parque, a descansar, a respirar, a ver la vida pasar y no pasarla yo sin mirar, a leer, que al fin y al cabo es un placer que puede ser tan delicioso como casi cualquier otro.


Me detengo entonces ante la librería más magna de todas, aquella de estanterías de caprichosas formas que se alargan hacia el cielo, repartiéndose en su cúspide en miles de hojas, entintadas y expuestas al sol, aquella que no tiene libros, pero que tiene su esencia, y cuyos lomos se intuyen en su corteza.
Una jacaranda-mimosifolia para una novela de María Dueñas. Un eucalipto para un tomo, perfumado, de Manara. Un anciano Roble para una edición en piel de El Camino. Me detengo y leo, leo hasta que los pájaros se vayan a dormir. 
 
Porque amo a los libros, sino al objeto (que también por fetichismo puro) a su esencia última y a los templos que los guardan, a los jardines más ocultos del saber, a los bosques de la memoria y la poesía.

Aquí uno, como Roy, amante de las librerías.



"Muerta es la morada en la que no entran,
cada día un nuevo libro y un nuevo visitante, 
nuevos amigos"

C. Roy 

 

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