domingo, 28 de octubre de 2012

Un puente sobre el Drina

..."Sin duda os habrán llegado rumores sobre mí y sé que esos rumores no pueden ser ni hermosos ni agradables. Probablemente habéis oído decir que exijo a todos trabajo y obediencia y que no dudo en castigar y matar a quienes no trabajan como es preciso y a quienes no obedecen sin réplica, y que ignoro lo que quiere decir "no podemos" o "no hay"; también habreis oído decir que a mi lado se puede perder la cabeza por una palabra insignificante y que, en definitiva, soy un hombre sanguinario y malvado. He de deciros que esos rumores no son ni imaginarios ni exagerados. Ciertamente bajo mi tilo no hay sombra. He adquirido mi reputación merced a un servicio de largos años ejecutando fielmente las órdenes del gran visir. Si Dios quiere cuento con poder llevar a buen término el trabajo para el que he sido enviado y , cuando, una vez concluido, me marche de aquí, espero que me precederán unos rumores más negros y peores que los que hasta vosotros han llegado."

Abidaga era el jefe de obras de aquel puente. De aquella obra de arte que se había mandado construir por parte del Gran Visir.

 


Existe un lugar como ningún otro. Un sitio, una encrucijada, un paso, camino y puente, pueblo y población. Existe un lugar de paso y a la vez de acomodo, entre Oriente y Occidente. Existe un lugar llamado Visegrad.

Y en Visegrad, población de Bosnia Oriental, existe un puente. Un puente, también, como ningún otro. Un puente que, a fuerza de ser osados, podríamos comparar, con lo que es el puente de Alcántara, apogeo y obra del Imperio Romano, con todo lo que ello conlleva, significa, posee, con aquel de Visegrad, culmen del Imperio Otomano, de capital Estambul.

El puente de Alcántara, maravilla, obra cumbre y objeto de admiración y estudio en ingeniería.

Existe este, sobre las augas de un río, caudaloso y verde, que baja serpenteando, por los montes de Bosnia, hasta el Adriático. Un río testigo de muchas desgracias, avenidas, luchas, pasiones, al igual que el puente. Compañero y parte, pues sin el uno no existiría el otro, y sin el otro no tendría sentido el uno. Este el el río Drina.

El puente (direis como se llama) es conocido por el nombre del mecenas, no se puede llamar de otra manera y luego comprendereis porqué, que lo soñó, que lo pensó a muchos días de distancia, que lo mandó construir en ese y no en otro punto, que nunca llegó a ver. Es el puente de Mehmed-paša Sokolović, el gran visir en cuyo gobierno floreció el más alto apogeo de aquel temido Imperio Otomano, dominante de los mares bajos del Mediterráneo.

El puente, magníficamente tallado, obra de arte y paso, servicio y maravilla, cuadro esplendoroso, es el hilo conductor del libro que hoy, os recomiendo (mañana de domingo, mañana de lectura, parque, sol, esparcimiento, tranquilidad).

El libro de título "Un puente sobre el Drina", es obra de Ivo Andric (Premio Nobel Yugolavo), uno de los más grandes cuentistas del siglo XX. Nos muestra, claramente, su amor por su tierra natal, y nos relata las vicisitudes de aquellas tierras lejanas en la mente, muy cercanas geográficamente, olvidadas y misteriosas, con su cultura, su gente y su multiétnica historia. Bosniacos, Servios, Judios, Musulmanes, Cristianos, Visegradenses al fin y al cabo.

 El nobel yugoslavo Ivo Andric, con el famoso puente que cruza el Drina, al fondo.

Nos dice que en Visegrad, antiguamente, desde tiempos remotos. había una barca que cruzaba el río, conocida como la Barca de Visegrad, que funcionaba a capricho de su barquero, un hombre llamado Yamak, pues en días de crecida, o cuando el invierno mostraba su cara más cruda sobre aquellas tierras orientales, este, cual ermitaño, subía a la montaña para pasar los días, las horas, que le compensaran banjar.

Nos cuenta al comienzo, y se explaya, con todo lujo de detalles, cómo y porque se construye el puente, en que condiciones. Nos dice que un joven niño Cristiano de Sokolovich, un caserío cerca de Visegrad, es llevado a muy corta edad, secuestrado, como tantos otros niños, por orden del imperio, a la corte en Estambul. Este niño en su crecimiento, se convierte en el Gran Visir Mehmed Pacha Sokolovich, el cual manda construir tan graciosa obra, sobre aquel paso en barca que tanto recordaba, oscuramente, en su memoria. El frío, la niebla baja, el cariz del momento, abandonando su hogar, su tierra, los montes bosniacos, donde había pasado sus primeros 9 años de vida, para no volverlos a ver más.

El puente, es una obra de arte compuesto por once arcos ojivales perfectamente tallados, que dejan pasar a través de sí, las verdes aguas del Drina. Muestra en su punto central, donde es más ancho que en el resto, dos terrazas, construidas a ambos lados, pareciese un capricho, pero sin duda es la obra de un ingeniero. A un lado, en una terraza con una inscripción en árabe, magníficamente tallada, se encuentra la Kapia, para todo aquel que la quiera admirar. Y enfrente mismo de esa Kapia, está el Sofá, donde los antiguos del lugar, cuentan, se sientan en las largas tardes de estío a fumar su tabaco y a contarse historias de otras épocas, ya pasadas.

Y muchas historias más. Cuentos de la Yugoslavia, de todos los tipos, de todos los carices, que ayudan a comprender un poco, como se ha ido construyendo la historia de aquellos lugares, el caldo de cultivo que desembocó en los conflictos de los 90, y que tan bien plasma Joe Saco en su libro Goradze: Zona Protegida (pero eso, es ya otra historia)

Un libro de cuentos, un libro de vidas. Una delicia de lectura, y un paseo por las colinas, las montañas, los caseríos, las riberas y los ríos verdes, siempre verdes de Bosnia Oriental.

No hay comentarios:

Publicar un comentario