jueves, 5 de julio de 2012

La fuerza aérea al servicio de Su Majestad y una Catedral

Entre 1962 y 1979, Robert Moore, un joven piloto de la New Zealand Royal Air Force inventó un juego, el juego de la Catedral.



Inspirando sus cotidianos vuelos por esas tierras septentrionales del Pacífico Sur. Empezó a imaginar. Viendo allí pequeñas, las ciudades, los pueblos, los caminos, los senderos. Imaginó las formas. Imaginó los lugares. Imaginó hasta lo más importante, las gentes, la sociedad y la vida pública. 





Nueva Zelanda. El país de los Kiwis. 
(Escarapela de la New Zealand Royal Air Force)



Viajó a otros lugares. Quizás encontró los lugares comunes, quien sabe...

Lo imagino, yo ahora, allí sentado, en su habitáculo, mientras viajaba por el aire, sobre montañas en tierra lejana y tan verdes páramos antipódicos. 

Experimentó la mejor forma de viajar, con la mente, que es sin duda, además de la más barata, la más placentera, la más evocadora.

Imaginó la ciudad medieval, imaginó como se vería desde el aire, como se verían sus calles abigarradas, sus palacios ducales, sus mercados y sus plazas. Imaginó su muralla, circunvalando todo el caserío, envolviendo toda la actividad allí concentrada. E incluso imaginó, al fin, allí en la soledad que da la diferencia, en la soledad de lo distinto dentro de lo común, ajena y superior, con cimborrio y ábsides, con su planta de cruz, marcada a fuego en la tierra, al fin y al cabo, imaginó LA CATEDRAL.


La Catedral, con mayúsculas, es un juego de mesa, abstracto. Generalmente hecho en madera, y con presencia, casi siempre tridimensional. Es un puzzle y es un juego entre dos personas, entre dos contrincantes que han de ir colocando unas piezas de distintas formas en una cuadrícula rodeada por una muralla con sus torres almenadas.



En la Catedral cada adversario lucha para poder colocar las máximas fichas posibles en el tablero, incluso todas. Las piezas disponibles están duplicadas y son similares para cada jugador, a semejanza de otros juegos como el ajedrez.


El primer jugador tiene un papel fundamental y él es el que elige la colocación de la catedral, la pieza gris que sobresale del resto, la pieza sobre la que se va articular toda la partida. Bien en el medio, bien en un costado, decidir su ubicación permite tener un mínimo poder de derivación de la partida, esto es una ventaja que podría descompesar la partida desde un incio, sino fuera porque el segundo jugador con su primer movimiento, ya está colocando una pieza propia dentro del tablero y por tanto  da un paso adelante en esa frenética carrera de colocación.


Colocadas con cuidado, todas las piezas caben en el tablero, pero en el fragor de la batalla, en la lucha por el control de la ciudad, no todos los caminos son alfombras de amapolas, y quizás tu oponente esté pensando en encerrarte en algún espacio y quitar alguna de tus piezas.

Si lo quereis encontrar, la tienda Nostromo de la Cascarilla, en la Rua Nova, cercana al café Siboney, os embriagará con sus juegos venidos desde oriente y ultramar. Magníficas ediciones en madera y un trato exquisito.


La Catedral es un gran juego. Puede que no sea tan profundo como otros, ni tan conocido como algunos, pero sin duda es un buen compañero de viaje. De ese viaje por los azules y anisados cielos de Nueva Zelanda.



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